La Charca de la Devoción
Se encaminó pues, el niño hacia Amón, el
loto y su ciénaga; algunas otras flores casi quisieron entorpecer su marcha.
Como novato figurante, se adormeció en otra comedia. Dejó tras de sí, quizás
por un rato, al loto y al abuelo. Ellos no pudieron dormitar sobre las espesas
aguas. Ante sus ojos se exhibieron todas las fotos de un bebé sin sonrisas; de
enterito azul oscuro, sostenido por manos enamoradas, crío de índices
succionados, por la desazón de una tierra con demasiados rostros neuróticos;
brazos turbados ante la perplejidad de
una quimera que se propone como posible y verdadera. Láminas de preescolares,
abrazando su asombrado gesto pintado de complacencia. De pronto, las efigies se
animaron, Saivita despertó sobre el lomo de un burro, a lo lejos un tupido monte
y a su lado otro niño montado, él mismo era, cándido, pero menos ingenuo que en
las fotos.
Se sabía el niño montando, más, sin
sensación alguna de su cuerpo, solo vista del pequeño, que era él mismo,
cabalgando a su lado.
Por delante la espesura y el polvo cobrizo
del camino, serpenteante hasta la ansiada floresta que daba entrada a un nuevo
ensueño.
-¿Cómo es posible verme allí montado y aún
más niño, si sé que aquí estoy sentado? ¿Por qué siento amor y compasión por el
crío, como si no fuera yo mismo?- Al momento de sentirse separado, sintió a su
guía acomodad en las ancas; no se había percatado de, que las riendas nunca se
le enrollaron en las manos, el Baba las asía muy fuerte, apoyando su pecho
contra su párvula espalda.
De pronto fue, todo entero mucho más
infante y obediente, dentro de aquel pecho continente. Y de la mano del gran
padre trascendió la arboleda, hacia la oscuridad del monte.
Adorable sensación de grandeza, despertaba
el señor Baba, sus ojos podían ser dagas tajantes o el infinito repleto de
visiones de horas supremas pasando en
cámara lenta, como pasan en el cielo las estrellas que agonizan en sus rocas
varios miles de años. En su mirada uno podría verse en varios nacimientos, por
ello, tal vez, un inmenso amor despierta estar con el Señor Baba, pues más
parece un creador que un maestro.
Llevó, el Señor a Saivita, de la mano hacia
una charca, rodeada de sombrío suelo, cerrado de boscaje imperturbable. Sobre
el agua, braceaban algunos niños, nenúfares, trampantojos y narcisos; y
mientras todos se desesperaban por agradar al maestro, el agua, que hasta el
instante era reposada, dibujó un gran círculo bajo el pie santo que la
acariciaba.
Una niña orgullosa, amorosa, como la esposa
mas dedicada, buscaba la mejor flor con que poder demostrar su devoción pura,
galopando como un corcel sus piernas batía de orilla a orilla, ningún capullo
le parecía pertinente para demostrar su sentimiento; rojos pensamientos de
pasión; níveos azahares maternales, cadenillas de campanitas, anaranjadas de
abandonos. Desanimada, la niña, dirigió su mirada hacia al Señor carialegre,
cuando comprendió que dar lo mejor de ella era la joya de su Baba, abandonó la
búsqueda paradójica, para unirse al destructor de todos los sueños, a la vez
que descolgaba de su cuello una hermosa alhaja de flores de todas las formas
inmaculadas.
-¡Si supiera esta niña!, que solo su
corazón latente no será ungido, que abandonando el designio de sus
pensamientos, sería todo, la perpetuidad misma, dejaría de buscar entre miles
de flores de diversos colores, apariencias y aromas.
¡Si supiera la niña!, que no sirven los
ojos para ver la eternidad de lo absoluto; se abandonaría dentro de sí misma,
allí donde es mi morada, ¡para vivir en mí!, en vez de anhelar yacer conmigo-
Saivita no comprendió las palabras del
Señor Baba, su mirada de niño, aún ni sabía a dónde era que le llevaban sus
pasos. Más, siguió el impulso incontrolable, de tocar los pies de aquella
muchacha que, arrodillada, lavaba amorosamente los pies de su amado.
-¿Quién me ha tocado?- Preguntó la
inquieta, el éxtasis le hizo volver a consagrarse a su labor de esposa
apostólica; siguió untando los pies del Señor con amorosa ternura. Llenó una
cuba, con agua dulce del pozo y mojó los rizos del maestro hasta volverlos
extensos como la huella de una serpiente errando por el desierto. Baba se entregó
a sus cuidados sin juicio y sin premura su propósito era entregar su compasión
a la afanosa niña, su exaltación lo conmovía, aunque en el otro mundo, tan
tangible, ella estuviera anclada a una mórbida mirada.
Saivita se acostó sobre un suelo fresco de
barro, apisonado de pasos infantiles que miles de veces al día, abandonan
recintos de dolor atiborrados de cuerpos extenuados. Llegan a la charca
arrastrando pesados grilletes, sin molestias, apisonan la circunferencia de la
orilla, a la vez que pierden con cada paso los eslabones. Luego sumergen sus cuerpos en el agua tibia, con la emoción
de poder contemplarse en los ojos de aquel Señor tan buscado.
-¡Si supieran esos niños!- Gruño Saivita,
cerró su cuerpo como si todavía morara en su seno, entonces fue que un enano
alado se lo llevó volando.
-¡Miedo! No. ¡Vértigo! No. ¿Emoción? El
niño se encontró observando nuevamente el muro de piedra. Tuvo miedo de que lo
vieran desde el otro lado. Supo que solo una persona podría reconocerlo si
quería, pero no.
Puedo elevarse hasta un árbol y quedó
observando desde la copa, las almas paseaban sin control, algunas solo eran
personas que fisgoneaban el lugar, tan apegados estaban, que no deseaban
quedarse a averiguar en dónde se hallaban.
Una multitud rodeó el árbol, de pronto las
manzanas maduraron a su alrededor; varios lo creyeron una fruta jugosa,
quisieron llamarlo con himnos extraños; ofrecieron al niño pequeños sacrificios
y hasta materializaron a sus pies un gran fuego. Le dieron gracias elevando sus
manos más allá de las nubes, creyendo que Saivita había sido el responsable de
las manzanas.
Una mujer a lo lejos comenzó a tocar su
lira, con tan bella melodía, que el sonido colmó todos los espacios y hasta las
frutas se contoneaban al ritmo de sus notas, la voz de la dama otorgó tal
contemplación a la multitud que se apartaron del árbol satisfechos.
Una vez que estuvieron solos le dedicó a
Saivita, la visión de la verdad de los sucesos.
Todavía transitarán aquellos que
adoran.
Los elementos son magníficos
ante su vista.
Temen tomar las riendas para encaminarse,
Crean Dioses para que peleen por
ellos
Convierten los objetos en
amuletos, y cuando
La piedra no contesta, reniegan
de su fuente.
Saivita recordó a Amón y su fascinación,
también a la muchacha blanca que seguía sus rituales de esposa, y a tantos otros que caminan preocupados y
ocupados en ganar poderes. Todos ellos también despiertan aquí.
Continuará con parte 8