Hay secretos que guarda nuestra mente, como defensa.
Como defensa nuestro consciente guarda malos recuerdos en el inconsciente para no colapsar.
A veces nos movemos impulsivamente. Impetuosamente decidimos "soñar".
El Apego de Dilma
Concluyó el día laboral. Dilma levantó la cartera del piso, la colocó sobre su falda; guardó en ella los anteojos, el bolígrafo y los pañuelitos descartables. Puso un chicle de menta en su boca y tiró el papelito sobre la cabeza de su compañero de sala. Él se levantó y le dio un beso de "Hasta mañana"; ella apagó la computadora y ordenó el cajón del escritorio, cerró con llave justo a las seis y media de la tarde. Fué saludando chistosamente a todos sus compañeros. Para ellos Dilma era una cascada de buena onda, una mujer adorable, comprensiva, dulce y siempre sonriente. ¡El alma de la oficina! Ella siempre estaba pendiente de todos; si alguien se ponía triste, trabajaba para que sonriera; los aconsejaba en todo, enseñaba pacientemente a los más novatos y escuchaba con devoción sus problemas. Para sus compañeros Dilma era el ejemplo de una buena persona.
Corrió al super a comprar comida para todo el fin de semana; subió a su departamento corriendo por las escaleras, no quería que alguna vecina la intercepte antes de encerrarse.
La casa permanecía impecable, aún siendo viernes, tiró las llaves sobre la mesa, prendió la televisión; mientras escuchaba el noticiero, guardó lo comprado y puso en el horno la comida congelada. Sus ropas alegres fueron cambiadas por un pantalón y camisetas viejos. Se sirvió un poco de vino.
Dilma se percató de esa extraña sensación de calma, su corazón hasta parecía invadido de alegría. Miró al techo y dió las gracias a Dios por ser tan bueno con ella. Luego pensó en el dolor y decidió comenzar a castigarse, como lo había hecho su Padre.
No quiso contentarse con sólo vivir el momento, le faltaba algo... pensar...sufrir...
Dilma descubrió que se debía vivir con dolor pues no llegaría a ver a Dios si no sufría.
En el colegio aprendió, muy bien, lo que significaba el masoquismo. "No está bien para una buena mujer, sentir placer por ella... es orgullo, es pecado.
Se acostumbró a buscar problemas y si no hallaba un motivo externo para condenarse, apelaba al recuerdo... y apeló.
Allí frente al monitor atrajo al pasado hacia el presente, hasta que éste se tornó tan molesto que necesitó llorar, para desahogarse. El padecimiento era insostenible. Pensó que era obligatorio entrar en ese estado y creyó que debía aprender a aceptarlo con imperturbable resignación.
El dolor se instaló en su ordenada casa, se sentó a su mesa, comió la suprema rellena, las arvejas y las zanahorias, se bebió casi todo su vino y, para colmo, quiso que viera un largometraje de ultrajes, muertes y traumas.
Ya cansada de vivir la vida de los personajes, asumió que tendría que sufrir por los padecimientos reales, entonces cambió al canal de noticieros. Ya no se compadeció de ella, la pobre víctima de Dilma, se dispuso a llorar por un fulano baleado y por todas las imágenes de desastres en el mundo. La falta de amor de la gente, la naturaleza vengativa, el machismo, el feminismo, la perversión, la aniquilación de la carne, la oscuridad de la noche, la soledad... hasta la culpa.
A Dilma le enseñaron a victimizarse, ¡Otra prueba de Dios! Parecía que debía encontrar placer en el sufrimiento, resignarse y llevar "la cruz", dando las gracias por tal bendición. Como si fueran los necesarios estigmas que simbolizan la liberación.
Por fín sintió, dentro del sufrimiento, que estaba cumpliendo con la penitencia. Ya no había orgullo en ella. Su padre tenía razón, ella tendría que conocer la vara de la humildad.
Gracias por la historia mi querida "Dilma". ¡Eres luz par todos los que tenemos la dicha de conocerte!
Su. Azar
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