lunes, 9 de septiembre de 2013

Alli donde despiertan las almas -2-


-No tengo deseos, se me hace difícil pensar, es como si tuviera sueño y luchara por despertar, estoy algo confundido, sospecho que sé lo que pasa, pero es como si no quisiera admitirlo.-

El niño caminó de la mano de Amón, confiado, sabía que era su abuelo, el viejo y solitario chamán, aunque nunca se lo habían presentado.

Era tan extraño aquel lugar que uno podría ser pariente de cada persona que se le cruzase por el camino, más, aquél viejo; había contribuido con su nacimiento.

Amón era un hombre alegre y afable, más le habían contado que también muy callado y ensimismado. Aquel día él debía acompañarle hasta el principio o hasta la rueda maldita que nunca deja de girar sobre sí misma; tal vez en la travesía conseguiría abandonar la enigmática bolsa que el  viejo arrastraba con tanto orgullo.

El anciano tenía la vista muy aguda, podía observar muy bien las formas y las actuaciones.

-Te diré que no debes luchar, aquí no puedes desear nada, solo observa.- Advirtió al niño en tono burlón.

 

Se sentaron bajo un árbol que apareció súbitamente ante sus ojos, era un sauce verde, en cuanto se hubieron sentado, se dibujó a su lado un serpenteante río color ocre; unas nubes gordas y acompasadas los invitaron a recostarse sobre una hierba que crecía a sus espaldas. Se hizo de día y el sol brilló en todo su esplendor.

 

-Dijiste alguna vez, que no te gustaba la naturaleza.- Le reprochó el viejo.- Pues, para que luego puedas elegir, te diré por qué tus padres se maravillan con ella.-

 

El niño puso sus manos debajo de la cabeza, sorprendentemente su vista se agudizó, las hojas del árbol comenzaron a centellear de vida; él sintió muy cerca la carrera de la savia por sus nervaduras, sin querer pudo auscultar la risita histérica de las que se hallaban más cerca del sol; como si le quisieran brindar caricias, soltaron sobre las mejillas del niño algunas gotitas de néctar viscoso, pero lozano. Percibió a lo lejos la conversación de un jardín de margaritas y los tiernos brazos, allí, bajo su espalda, del pasto taciturno. ¡Se levantó de un salto! El anciano lo esperaba sentado sobre la desnuda tierra.

-Ven aquí y ya no se quejará el forraje- Amón supo que el niño había comprendido que solo desconoce, el que se resiste a ver.
 
                                                                                                                   2- Continuará

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