-No tengo deseos, se me hace difícil
pensar, es como si tuviera sueño y luchara por despertar, estoy algo
confundido, sospecho que sé lo que pasa, pero es como si no quisiera
admitirlo.-
El niño caminó de la mano de Amón, confiado,
sabía que era su abuelo, el viejo y solitario chamán, aunque nunca se lo habían
presentado.
Era tan extraño aquel lugar que uno podría ser
pariente de cada persona que se le cruzase por el camino, más, aquél viejo;
había contribuido con su nacimiento.
Amón era un hombre alegre y afable, más le
habían contado que también muy callado y ensimismado. Aquel día él debía
acompañarle hasta el principio o hasta la rueda maldita que nunca deja de girar
sobre sí misma; tal vez en la travesía conseguiría abandonar la enigmática
bolsa que el viejo arrastraba con tanto
orgullo.
El anciano tenía la vista muy aguda, podía
observar muy bien las formas y las actuaciones.
-Te diré que no debes luchar, aquí no
puedes desear nada, solo observa.- Advirtió al niño en tono burlón.
Se sentaron bajo un árbol que apareció
súbitamente ante sus ojos, era un sauce verde, en cuanto se hubieron sentado,
se dibujó a su lado un serpenteante río color ocre; unas nubes gordas y
acompasadas los invitaron a recostarse sobre una hierba que crecía a sus
espaldas. Se hizo de día y el sol brilló en todo su esplendor.
-Dijiste alguna vez, que no te gustaba la
naturaleza.- Le reprochó el viejo.- Pues, para que luego puedas elegir, te diré
por qué tus padres se maravillan con ella.-
El niño puso sus manos debajo de la cabeza,
sorprendentemente su vista se agudizó, las hojas del árbol comenzaron a
centellear de vida; él sintió muy cerca la carrera de la savia por sus
nervaduras, sin querer pudo auscultar la risita histérica de las que se
hallaban más cerca del sol; como si le quisieran brindar caricias, soltaron
sobre las mejillas del niño algunas gotitas de néctar viscoso, pero lozano. Percibió
a lo lejos la conversación de un jardín de margaritas y los tiernos brazos,
allí, bajo su espalda, del pasto taciturno. ¡Se levantó de un salto! El anciano
lo esperaba sentado sobre la desnuda tierra.
-Ven aquí y ya no se quejará el forraje- Amón
supo que el niño había comprendido que solo desconoce, el que se resiste a ver.
2- Continuará
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