SIN AMOR
Frente a un muro de piedra, bancos en
hileras, las sombras de las nubes dibujando multitud de tonos de gris en claro
oscuro. Mirando unas grietas enmohecidas, una niña imaginaba formas y dioses.
Una vez al día, la pared de piedra se volvía transparente, ella y toda aquella
gente, podía experimentar aquel lugar, en donde las amas despiertan.
El día sin luz y el descanso sin ocaso,
todo lo que uno imagina, sucede; el sol es la certeza de fundirse en el todo,
depende del que juega, el quedarse bajo el calor dorado o seguir camino hacia
la rueda.
Dhyana, la niña, podía sentarse frente a la
muralla varias veces al día.
Una mujer adulta, Gauri, se acomodó a su
lado, dibujó un círculo con sus manos repitiendo incansablemente una sola
palabra, su cuerpo pareció extenderse para abrigar a la niña, mientras entornaba
los ojos para ver también el otro mundo.
-¿Qué haces aquí Dhyana, querida?- musitó
desde el mismo corazón de la niña.
-Contemplo.- Dijo la niña, mientras la
pared se convertía en un hermoso día de lluvia, los relámpagos se quedaban
anclados en el cielo descubriendo millones de estrellas centelleantes, de a
ratos, la atmósfera se tornaba de rosa a colorada, de morada a profundamente negra.
Las gotas pintaban bellamente el rostro de Dhyana, se volvía hermosa sin
sonreír; el aire fresco ensanchaba su cuerpo y lo volvía fértil y generoso,
también aparecían unos lindos ojos, para adorarla torrencialmente.
Gauri, eligió perderse el momento y cerró
del todo los ojos. En el mundo de la niña sin amor, solo el dolor era
protagonista. Pena profunda, recóndita soledad.
El tiempo se había terminado, la pared
volvió a surgir. La dama pudo ver, a la niña dibujando su experiencia en un
mantel de azul arabescos, hasta que el dedo, que era su lápiz, comenzó a
inflamar. Un desierto era su cosmos, nadie sabía que ella existía, no había con
quien hablar y con quien poder ser niña, tan pequeña era, con tan inmensas
preocupaciones, si no existieran esos bancos de piedras, estaría ciega, sorda y
muda. Tanto penaba Dhyana, por lo que se le había quitado un día, que añoraba
olvidarse que lo había tenido.
En el mundo establecido para Dhyana, era la
vergüenza un sentimiento acostumbrado, si no fuera por el bochorno, le hubiera
gustado ser diferente. Valerse por sí misma también era un problema; cuando uno
está rodeado de tantas manos que pueden dar ternura, es imposible acostumbrarse
a la caricia de un golpe.
Dhyana perdió su existencia entre las
miradas despiadadas y la indiferencia, aunque agudizó su mirada de las cosas,
el salero de la mesa tenía doce agujeritos de la misma circunferencia, el
aceite pegado al vidrio parecía cera de abejas, las voces de aquella familia,
se alejaban entre los laberintos de arabescos, ¡Hasta parecían verdades los
veredictos de locura!
Los
niños que jugaban en la vereda no compartían su mismo paso, aún aferrada a sus
manos, ella se sentía a muchos kilómetros de distancia. Prefería parecer, estar
cerca, se dibujaba una picara sonrisa; bufón era, actriz y cantante de una
mojiganga de ella misma… como para poder reírse de algo.
-Nadie con quien hablar y contarle mi eterna
pena, cansada de tratar de vivir mi niñez, frustrada por no crecer rápido,
incapaz de poder imaginar el sentido que pudo haber tenido mi nacimiento, si
así he de morir. ¿Solo por el hecho de existir, he venido? ¡Por eso visito el muro,
porque aquí estoy sin amor!- dijo Dhyana, levantando la mejilla del mantel.-
-Algo mejor deberá sucederle.- Pensó la
mujer.
Continuará- con el 6-