Hubo
una vez una pareja de príncipes, que disfrutaba su amor plenamente.
Vivian
en armonía y eran muy felices, habían pasado por buenos y malos momentos,
siempre juntos.
El
príncipe, cuando niño, había sufrido mucho; tuvo que soportar el abandono de su
madre, quien lo había dejado en el campo, tuvo que comer de la basura, y robar
frutas de arboles ajenos, comer cascaras y deshechos. Tuvo, también, una tia
mala que lo avergonzaba cuando niño. El príncipe creció solo, sin poder creer
más en las mujeres de su familia; creó solo su reino, en base a su bondad y
dones especiales, soportando el boicot de su propia familia que quisieron impedir
sus enseñanzas quemándole los libros.
Hasta
que llegó una mujer que lo reconoció como persona, lo amó más allá de todo
concepto. Lo hizo feliz.
Los
príncipes tuvieron muchos dolores, en el camino perdieron a su primogénito y
fueron culpados por tanto dolor.
Ellos
se preguntaron ¿Qué sentido tendría, culpar a los padres por la muerte de un
hijo? No comprendieron la injusticia y se alejaron, para curarse, para
cuidarse, para amarse. Al tiempo recuperaron la fe, gracias a su unión
espiritual, que abarcaba todos los amores.
Cuando
las heridas hubieron cicatrizado y no molestaron más que en días de melancolía,
descubrieron que se habían convertido los dos en Uno Solo.
El
príncipe se sentía feliz con su princesa, le prometió amor eterno, se ocupó de
cuidarla y protegerla de las brujas malas que la acechaban y hasta el último
día, en el que perdió el aliento de la vida, la amó intensamente. Él no quería
irse, pero, el éxtasis que le causó la presencia de Dios era tan fuerte que
decidió dejar el mundo.
Nada
pudo hacer la princesa para retenerlo, se fue con ella a su lado, rodeado de
todo su amor, besado hasta el último suspiro, venerado y llorado hasta la
última lágrima.
Tanto
ruego desesperado, hizo que el príncipe regalara una milagrosa mirada a su
princesa, sus bellos ojos pardos le regalaron la paz que solo podría ver un
alma noble.
Como
en todos los cuentos… aparecieron las brujas; una vez que la princesa quedó
desprotegida, las malvadas, comenzaron a culparla sobre la muerte del príncipe.
Como cuando el primogénito había muerto.
La
más joven de ellas sembró la culpa en el reino, y hasta una destronada (mezcla
de ogro macho, súper inyectada de resentimientos viejos y básicos) injurió a la
princesa y la destronó de su noble título. Se presentaron, las brujas en la
corte, con todas las pompas y atiborradas de ignorancias instintivas, mentes
enfermas de deseos de grandeza, mendigas ansiosas de aparentar un título de
nobleza que jamás podrían lograr por meritos propios. ¡Ex carceleras de tal
alma! ¿Cómo se podría ser más rústica?
Comenzaron
a sembrar dudas en el reino, trataron de despojar de sus bienes a la princesa,
tomaron el castillo de los príncipes y se adueñaron de sus posesiones. Todas
las cartas de amor, los cuadros de los maestros, los libros preferidos de la
pareja, el oro de algunos fieles; en fín convirtieron aquel templo de amor en
una cueva de vampiros sedientos.
Se
vistieron, las brujas, de princesas, pero… por más que trataron de convencer de
su nobleza, hasta el plebeyo más joven se dio cuenta de sus verrugas y venenos.
Todo
el reino comenzó a proteger a la princesa, las damas le dieron asilo en sus
senos y los caballeros se encargaron de ahuyentar la ponzoña de las serpientes.
La
princesa quería dejar el mundo e irse con sus dos hombres tan amados. No quería
títulos ni reino, solo estar junto a ellos, mirarlos, tocarlos.
Ya
no existía aquél que la supo proteger muy bien de las brujas; cuando ella
quería creer en ellas, el mismo príncipe la alejaba de sus embrujos. Él sabía
que sólo él podía contenerlas de su propia maldad; pero… sin la presencia de
tal guerrero… todo el reino cayó en las fauces de los demonios. Hubieron algunos
infieles de sucio espíritu, que se empaparon con el estiércol de las medusas.
Es verdad que en una mente sucia no caben los buenos pensamientos y obraron de
acuerdo a sus limitaciones.
Ajena
de tal injusticia, la princesa solo quería huir a los brazos de sus príncipes.
Sintió pesadumbre por lo desierto que quedó en su corazón, todo el castillo
construido se desmoronó ante sus ojos, en tan solo uno escasos minutos, aquél
que era su único amor viviente, se desvaneció sin aviso, sin compasión,
resuelto a probarle que no era solo un cuerpo. No entendía nada, ella todavía
seguía encerrada en el mundo.
Toda
la corte asistió a la dama, cada uno, desde su puesto, luchó en contra de las
brujas, hasta que éstas corrieron a esconderse en sus cuevas, por un tiempo,
hasta terminar de masticar la próxima ración de veneno.
Hubo
una en particular que lastimó letalmente a la princesa, se había disfrazado
muchos años de “hermana del alma”, la princesa amaba a la bruja más joven, la
creía justa y bondadosa, pero fue la peor de las ponzoñas, inoculaba su veneno
por la espalda y mientras más clavaba el puñal, más sonreía. Se encargó de
tejer telarañas alrededor de la princesa, tratando de poner a los súbditos del
príncipe en su contra, culpando a la señora de sus propios pecados. La culparon
de haber usurpado su propio reino y de adueñarse de sus propios bienes, pero
habían sido ellas las que cometieron tales infamias. Agraviando al propio
fallecido con sus actos. Amenazaron con mentiras que las deshonrarían por toda
la eternidad. Porque solo ellas sabrán cual será el olor de su putrefacción
obsesiva y paranoica.
La
princesa, a pesar del desconsuelo, pudo constatar en carne propia “el beso de
judas” experimentó con asombro la caricia llena de espinas, el abrazo de la
traición, lo pusilánime que puede ser un ser humano. Pero decidió callar y
alejarse, sin pensar que lo había perdido todo, sabía que sus ángeles la
protegerían, solo se sentó a esperar que la verdad se hiciera presente. La
verdad como arma letal, imponente y omnisciente. Confió en Dios, fuente de
verdad inconmensurable. Ella sabía que siempre había trabajado por ello junto a
su esposo, se dedicó a aprender a amar. Obviamente, no podía sentir amor por
las brujas, pero tampoco sentía odio… solo asombro… lloró por la capacidad que
tienen algunos seres humanos para hacer maldades. ¿Cómo es que dedican parte de
sus vidas a hacer el mal? ¡Con lo difícil que será! ¿Por qué se obsesionan con
una persona y solo quieren destruirla? ¿Creerán que todo el mundo es como
ellas? Una maestra de amor instruyó a la princesa…
-Déjalas.
Los ojos ciegos, solo ven oscuridad. Solo puedes esperar un mordisco de un
perro rabioso.-Dijo-
La
esposa recibió noticias de la bruja más joven, hasta en pueblos lejanos quiso
inyectar ponzoña! Y envolvió a un supuesto amigo en telarañas, pero la princesa
le entregó sin miramientos lo que pedía, con la sonrisa de quien ve un
ignorante manejo, pero con dolor, por haber creído que un canario no podría ser
nunca lechuzo.
Una
noche se soñó junto a una de las arpías dentro de un carruaje tirado por
caballos negros y blancos, la bruja se encontraba entumecida de miedo y ella en
su lado opuesto, apartada de ella, a sus pies apareció arrodillado el príncipe,
que extendió sus brazos hacia la princesa y se recostó en su pecho, como lo
hacía siempre, la llorosa esposa lo asilo entre sus brazos, pensando que su
amado, no sabía que estaba muerto, se sintió su madre cobijando su cara, sus
ojos su pelo; él volvió a mirarla con esa devoción tan conocida pidiéndole que
siguiera siendo madre, madre recién parida. ¡Era verdad! Como recién parida,
tendría que proteger la cría. Protegerse ella misma que recién nacía a una vida
diferente.
Al mirar hacia el costado, la bruja le
preguntó qué hacía, claro está, la maldad no puede experimentar la presencia
del amor. Entonces sucedió que la princesa despertó de su sueño, tomó las armas
de protección y salió de la choza donde dormía.
Todo
el reino sabe que la guerra entre la maldad y la verdad, ya está ganada.
La
princesa sabe que teniendo a su esposo entre sus huestes, las brujas terminarán
envenenadas con la sabia que derraman sus propias verrugas inflamadas.
Desde
entonces vive en sueños los abrazos de su esposo eterno.
Todos
los días el eterno príncipe le envía mensajes de amor a su princesa…
Ése
que fui, fue un sueño… un personaje… Yo soy!... eterno…
Desde
muchas vidas estuvimos juntos… y estaremos juntos para siempre… en nuestro
eternamor.
Y
la princesa vive feliz por siempre con su amor eterno. Esperando el momento de
poder vivir en otra vida junto a sus príncipes…
Mientras
tanto… ella reza porque las que ahora toman el personaje de brujas, puedan ver
la verdad algún día y aprendan que el amor es todo.
Gracias amigo, Ro… por el
cuento.
¡Respiren
amor, construyan amor, piensen con amor, trabajen para dar amor, es el arma más
noble e indestructible!
¡Sean
dignos, aún ante la injusticia, porque los justos acompañaran su camino! Y la
gente buena abunda, afortunadamente.
Trabajen
el desinterés, ayuden al desprotegido, crean en el amor…
Y
vivirán en Dios… viviendo en Dios, nada les faltará.